Fotografía: Joan GGK
La integración del paisaje con las localidades alpujarreñas es absoluta; en este lugar, la naturaleza continúa siendo el reloj con el que se mide el tiempo. La agricultura, los cultivos y cosechas, el folclore, las tradiciones, las fiestas, el paisaje, los colores… Todo sigue el ritmo dictado por las cuatro estaciones.
Fotografía: Pierre Grandidier
El buen agricultor sabe con total precisión los momentos del año indicados para la siembra, el abono, el riego, la cosecha o la poda. Aspectos muy distintos en función del cultivo tratado, ya que en la Alpujarra se alternan los parajes de secano con los vergeles de vegetación mantenidos por el regadío: en la parte occidental abundan los naranjos, limoneros, manzanos, castaños, almendros, higueras y viñedos, mientras que en el extremo suroriental la tierra se torna más árida.
Fotografía: Pierre Grandidier
La agricultura alpujarreña difícilmente puede ser comprendida sin mencionar la red de acequias que riegan las tierras, una de las principales señas de identidad de Sierra Nevada. De origen medieval, este sistema de regadío ha transformado desde hace siglos las costumbres de los habitantes que lo explotan para la cosecha y la labranza, dibujando un paisaje muy característico, marcado por infinitos bancales y fincas que se extienden hasta donde abarca la vista.
Estas redes de acequias contribuyen no sólo a la recarga de acuíferos de alta montaña y la creación de pastos, sino que es igualmente indispensable para el mantenimiento de una biodiversidad asociada a estas canalizaciones.
Fotografía: Justin Knabb
La extensión del regadío no sería posible sin esta red de infraestructuras hidráulicas, a pesar de la abundancia de recursos hídricos procedentes del deshielo en las altas cumbres de la sierra. Se trata, pues, de un sistema de aprovechamiento no sólo del agua, sino también de suelos, pastos y monte, que es necesario proteger y conservar ante un acelerado y vertiginoso proceso de desaparición.
Fotografía: Joan GGK