Izquierda: fotografía de sparklig. Derecha: grabado de Gustave Doré
Quizá una de las mejores representaciones que se han realizado del Barranco de Poqueira sea la desempeñada por el artista, pintor y escultor francés Gustave Doré en 1862, quien eligió este lugar para inmortalizar su extensa travesía por la Alpujarra en compañía de su paisano e inseparable amigo de la época, el escritor Jean Charles Davillier.
Desde entonces, el Barranco se ha convertido en la principal referencia de la Alpujarra granadina, una tarjeta de visita que logra atraer a miles de visitantes cada año. Esta tierra presenta las condiciones esenciales para quien se atreve a realizar una incursión en la comarca granadina: naturaleza exuberante, arquitectura tradicional, artesanía de tiempos remotos, servicios turísticos, gastronomía o una importante red de senderos.
Vista del barranco desde Capileira. Fotografía: Nesimo
Los tres pueblos que se encaraman por encima de las aguas del río Poqueira –Capileira, Bubión y Pampaneira–, bajo el dominio de las cumbres nevadas del Veleta, invitan a adentrarse en sus innumerables calles, donde cada recoveco parece ofrecer una sorpresa al viajero: una vista espléndida, un gato sobre el terrao, el encuentro inesperado con un campesino que viene de la huerta, el bullicio de bares y terrazas o el sonido del agua de las fuentes.
Las características únicas de estos tres municipios fueron decisivas para ser designados como Conjunto Histórico-Artístico y erigirse como modelo en España de la arquitectura rural.
Fuente de vida
La apariencia característica del barranco es el resultado inevitable de varios milenios de erosión y desgaste, obrados por el río que da nombre a este rincón de la Alpujarra: el Poqueira. Sus aguas fluyen desde la zona central de Sierra Nevada, a través de numerosos arroyos que descienden de las cumbres del Mulhacén y el Veleta. El cauce del río avanza de forma irregular por las angostas profundidades del barranco hasta desembocar en el río Trevélez, en la cuenca del Guadalfeo.
Río Poqueira. Fotografía: Jeanne Menjoulet
Desde tiempos inmemoriales, los habitantes de la zona se han servido del río y de sus afluentes de montaña para las actividades de riego en los bancales y tierras de cultivo, mediante la canalización del agua por las antiguas redes de acequias de origen árabe. Este sistema tradicional aporta agua desde las alturas de Sierra Nevada y convierte todo este espacio natural en un vergel.
Ello explica el verdor abundante y la fertilidad de la tierra; los terrenos y huertos aterrazados se extienden hasta donde abarca la vista, aparentando coloridos mosaicos donde crecen los vegetales y árboles frutales como cerezos, castaños y nogales.
Cualquier época es ideal para conocer la zona: en otoño, cuando las hojas cambiantes de los bosques caducifolios muestran un espectáculo multicolor, sobre todo en los castañares; en invierno, cuando la nieve pinta de blanco las cumbres y, durante algunos días, se deja ver en los pueblos del barranco; en primavera, cuando el río baja caudaloso del deshielo y la vegetación comienza a despertar; e incluso en verano, cuando la nieve deja libre el paso de los montañeros en su escalada a las cumbres de Sierra Nevada.
Paraje turístico
En los últimos tiempos, en esta región han adquirido especial protagonismo las actividades turísticas de ocio y deportivas, como el senderismo, las rutas a caballo y en bicicleta, el barranquismo o el vuelo en parapente. Aquí destaca la amplia red de senderos que se extiende desde los alrededores de los tres pueblos hasta las altas cumbres de la sierra, siendo posible enlazar los municipios por veredas tradicionales que atraviesan sus huertos y bancales.
En esta zona, el turismo ha sido esencial para el desarrollo de los pueblos y, en la actualidad, éstos recogen una amplia oferta de alojamientos (casas rurales, principalmente) con una cuidada estética y mucha comodidad. Los bares, restaurantes, tiendas de artesanía (tejidos, calzado y cuero), tiendas de recuerdos o los sitios de copas tampoco han sido ajenos al fenómeno turístico de las últimas décadas.
Estos importantes cambios que se han vivido en la economía de la zona, basada tradicionalmente en la agricultura y actualmente en el turismo, no impiden que estas aldeas escalonadas sigan conservando el carácter de antaño. Ahora son todo un símbolo de la zona: las casas encaladas y los terraos grisáceos, con sus tinaos, chimeneas y balcones de geranios, se levantan en torno a callejuelas y plazas recónditas, salpicando de color a los tres pueblos que descansan en las paredes del Barranco de Poqueira.